Cuando era estudiante de la licenciatura en enfermería recuerdo muy bien la primera vez que estuve frente a una placenta. Una de mis maestras me llevó a un cuarto del hospital llamado séptico, se puso unos guantes de latex, abrió un bote de basura, sacó una bolsa amarilla, la desanudó, y ahí estaba… la placenta de un bebé que jamás supe quién era. Es -me dije-, la placenta de una mamá sin voz, de un papá sin rostro. Me impactó su forma, su olor, su brillo, su fuerza de atracción. Mientras yo la contemplaba, mi maestra me explicaba las características físicas de la placenta desde su formación, su función, su nacimiento y finalmente su destino: ser tratada como un residuo hospitalario, ser incinerada o entregada a algún laboratorio para diferentes fines y recuerdo que me pregunté, ¿por qué esta placenta terminó en un bote de basura?, ¿a quién le pertenece? Sin embargo eran preguntas que en ese momento no me podía responder.
Pasaron algunos años, y me convertí en mamá, desde que estaba embarazada de Alonso sabía muy dentro de mí que no quería que mi placenta terminara en un bote de basura, así que ahí sentí un llamado profundo para aprender a tratar a una placenta como se lo merece, comenzando con la mía.
Empece a informarme, a estudiar, y mi viaje había comenzado.
Nació Alonso, nació nuestra placenta, nací yo, nació Ángel mi esposo, entendí entonces que ella era una parte muy importante de nosotros, que ella había acompañado a nuestro hijo durante 9 meses, que lo había nutrido, oxigenado, cuidado y que esta conexión que sentí era para siempre.
Tomé un trozo pequeño después del nacimiento de Alonso y lo puse debajo de mi lengua, mi doula la resguardó y la convirtió en cápsulas y tintura para seguirla consumiendo, y entonces mi vida había cambiado, tuve un postparto mucho mas suave, una lactancia exitosa y una sensación muy cálida al saber que nuestra hermosa placenta estaba con nosotros.
Le pedí a mi doula respetar la bolsita y el cordón umbilical de Alonso para después enterrarla debajo de un arbolito, Alonso ha tenido la oportunidad de conocer a su guardiana, de sentir su placenta cerca de él de nuevo y es algo que sencillamente no puedo describir.
Siguiendo en el viaje me preparé y aprendí a trabajar con la medicina que cada placenta es. He sido testigo del poder de muchas mujeres al defender su placenta, esas mismas mujeres que intuyen que en ella encontrarán equilibrio en el cuerpo y en alma, esas mujeres que saben del vínculo tan fuerte que hay entre su bebé y su placenta. Honro y agradezco a cada una de esas mujeres por no permitir que su placenta se vaya a la basura.
Si estás embarazada, te invito a que no te pierdas del regalo de conocer tu placenta, regresa a casa con tu bebé y con su placenta, si no la quieres consumir no tienes que hacerlo, sino sabes qué hacer con ella deja que tu intuición te lo diga, pero por favor, no permitas que se vaya a la basura.
Desde el corazón
@BetyDoula
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